martes, 9 de septiembre de 2014

"Unas vistas increíbles inundaban mi alma, se cernía ante mí un amanecer cargado de colores, de miles de matices que penetraban en las pupilas y en el espíritu" por Lola Rodríguez.




Mi amiga Lola Rodríguez, en primera persona, nos cuenta su ascensión al Veleta y Mulhacén en el mes de Agosto, junto al grupo de amigos Safa Baena, Cáliz, Arcas, Ángel, Tomás, Chamorro...

Llevábamos planeándolo mucho tiempo y nunca llegaba el día. Yo quería y no quería pero ese día llegó, fecha y hora, no había marcha atrás.
Quedamos a desayunar en un barecito camino de Sierra Nevada, unas vistas increíbles inundaban mi alma, se cernía ante mí un amanecer cargado de colores, de miles de matices que penetraban en las pupilas y en el espíritu. Yo, tímida ante la maravilla que se colaba ante mí, quede en silencio sin poder decir nada.
Por fin llegaron todos y ya juntos partimos hacia la Hoya de la Mora. Al bajarnos del coche hacia un frío casi invernal, la ropa que llevaba me parecía insuficiente para aguantar la subida pero ahí estaba mi Carlitos sacando de todo de su mochila, guantes, cortavientos….
Comenzamos el ascenso rápido deseando entrar en calor,  la Virgen de las Nieves nos observaba y hacia ella nos dirigíamos.
Subimos al Veleta como dice Cáliz “vamos a ver, saltalindes, un ratito trochando y un ratito por carretera”. Carlos nos llevaba por donde no había camino entre pizarras y rocas. Coronamos el Veleta y seguimos el camino hacia el Mulhacén, ¡ uf!, ¿sería capaz?.
Bajamos hasta el refugio, parada técnica, chocolate y frutos secos mientras las risas y las bromas se hacían eco entre esas cuatro paredes. El frío no cesaba y el viento cortaba la respiración.
Sin más preámbulos nos pusimos en camino. Las vistas eran asombrosas, las lagunas salían a nuestro encuentro continuamente, aun quedaban neveros. Seguíamos subiendo y el aire se hacía pesado y denso.
Último trecho, ascensión al Mulhacén, tan cerca y tan lejos a la vez, surgía ante nosotros majestuoso, inalcanzable, al menos para mí. Arcas con su mirada siempre en la cima me hacía buscar una piedra blanca que realmente no existía pero que pretendía que fueran mis miras para no abandonar. Tomás nunca dejó que me quedara atrás. Ángel me daba charla, intentando desviar mi atención de las piernas que pretendían dejar de responderme para seguir caminando. Monolito tras monolito, esperándonos los unos a los otros, siempre juntos. Al fin, cumbre, Mulhacén, estaba eufórica, lo había conseguido.
Todo fue fácil a pesar de la dificultad que para mi entrañaba subir. Tuve junto a mí al mejor equipo, la mejor gente que no me iban a dejar abandonar, aunque lo pensé alguna vez, ellos estaban ahí. Me decían: “Pasa la primera, pon tu el ritmo” y ellos se adaptaron a mi falta de experiencia y a mis miedos por no conseguirlo.
Solo os puedo decir ¡GRACIAS! por brindarme la oportunidad de subir al pico más alto de la Península y sentirme fuerte por hacerlo.